lunes, marzo 15, 2004

Que hermosa es mi ciudad en primavera, el sol brilla a todas horas, la gente camina por las aceras despojada de abrigos e incertidumbres, los arboles rezuman ya ese olor intenso a azahar y los colores resaltan el esplendor del rio. Vale la pena andar por las calles, oler, sentir y amar. Sobre todo amar, aunque sea a la mujer de otro, y prometerle la luna y las estrellas. Prometerle todo aquello que el no puede entregar. Prometerle adentrarse por su ombligo y besarla hasta quedar exhausto.

Hay que visitar los parques, perderse por el centro de la ciudad, sin que la primavera nos arrolle. Porque esa es una epoca critica para los poetas y visionarios, para el amor romantico que se desliza por los alambres, para besar tu boca.

Recuerdo una tarde de abril, un amigo, comentaba que no es que yo tuviera la culpa de las injusticias, de la falta de soliidaridad, de los cambios o de que ella no me amara. La culpa es de la primavera que no hay quien la entienda.


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